En la era de las redes sociales, la información fluye rápido, pero también lo hace la desinformación. Entre los muchos fenómenos recientes, destaca la popularización del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) como una especie de "superpoder cool". Hoy, cualquiera que se distrae fácilmente o se aburre en reuniones ya se autodiagnostica con TDAH, apoyándose en videos virales y tests de redes sociales en lugar de una evaluación profesional.
La moda de la neurodivergencia
El problema no es solo que la gente se identifique con ciertos rasgos del TDAH, sino que la trivialización de esta condición lleva a la ignorancia masiva. Tener dificultades para concentrarse, ser olvidadizo o aburrirse en la escuela no significa que alguien padezca un trastorno neuropsiquiátrico. El TDAH es una condición clínica real que afecta profundamente la vida de quienes la tienen, requiriendo tratamiento, terapia y, en muchos casos, medicación.
Sin embargo, las redes han convertido la neurodivergencia en una moda. Ahora, en lugar de buscar ayuda profesional, las personas prefieren encasillarse en diagnósticos basados en hilos de Twitter y videos de TikTok. Esto no solo banaliza la experiencia de quienes realmente viven con TDAH, sino que también desplaza la atención de quienes necesitan apoyo genuino.
De la ignorancia al autoengaño
Uno de los mayores problemas de esta tendencia es que fomenta el autoengaño. En lugar de aceptar que podrían tener malos hábitos de estudio, falta de disciplina o simplemente una personalidad diferente, muchas personas prefieren adjudicarse un trastorno que creen que les da una especie de identidad especial.
Este fenómeno ya ha ocurrido antes con otras condiciones, como la ansiedad, la depresión y el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). Frases como "me gusta el orden, tengo TOC" o "estoy triste, seguro tengo depresión" han normalizado la apropiación irresponsable de diagnósticos médicos sin comprensión real de lo que significan.
El peligro de la desinformación
La popularización del TDAH también ha traído consigo una ola de consejos pseudocientíficos. Se viralizan "curas naturales", "técnicas milagrosas" y recomendaciones de "expertos" sin ningún respaldo médico. Esto lleva a que muchas personas que podrían beneficiarse de un tratamiento adecuado terminen cayendo en trampas de desinformación que agravan sus dificultades en lugar de aliviarlas.
La cruda realidad
El TDAH no es un rasgo de personalidad ni una excusa para justificar la falta de disciplina. Es una condición que, cuando es diagnosticada y tratada correctamente, puede mejorar significativamente la calidad de vida de quienes la padecen. Aquellos que realmente tienen TDAH no lo ven como una "habilidad especial", sino como un desafío diario que requiere estrategias concretas para manejarlo.
Mientras la sociedad siga trivializando trastornos reales en nombre de la inclusión mal entendida y las tendencias en redes sociales, las personas que realmente necesitan ayuda seguirán siendo ignoradas. No se trata de invalidar experiencias, sino de recordar que el diagnóstico de una condición no es un capricho ni una etiqueta para encajar en una moda pasajera.
Al final del día, la realidad es simple: si crees que tienes TDAH, ve con un profesional. Si no lo tienes, tal vez solo seas un ser humano normal con dificultades comunes. Y eso está bien.
El negocio del TDAH y la manipulación farmacéutica
Uno de los aspectos más controvertidos del TDAH es la falta de una pauta diagnóstica concreta. A diferencia de otras condiciones médicas con criterios bien definidos, el TDAH se diagnostica en función de una lista de comportamientos subjetivos que varían según el terapeuta y la región. Esto ha permitido que los criterios sean modificados y ajustados constantemente para ampliar la cantidad de diagnósticos, muchas veces sin rigor científico.
Detrás de esto está el enorme negocio de la industria farmacéutica. La mayoría de los tratamientos para el TDAH incluyen el uso de estimulantes como el metilfenidato (Ritalin) y las anfetaminas (Adderall), ambos catalogados como narcóticos. Esto ha generado una dependencia creciente de la población hacia estos fármacos, creando una generación de adictos con prescripción médica.
El propio creador del diagnóstico del TDAH, el psiquiatra Leon Eisenberg, admitió en una entrevista poco antes de su muerte que dicho trastorno era "una enfermedad ficticia" creada con el propósito de encajar dentro del modelo de salud psiquiátrico y beneficiar a la industria farmacéutica. Esta revelación ha sido minimizada en los medios, pero ha servido como un recordatorio de que muchos diagnósticos psiquiátricos pueden estar influenciados por intereses económicos más que por la ciencia.
Además, varios terapeutas han reportado presiones por parte de laboratorios farmacéuticos para incrementar la cantidad de prescripciones de estos medicamentos, muchas veces sin evaluar a fondo la situación del paciente. Esto ha llevado a un alarmante aumento en el consumo de psicofármacos en niños y adolescentes, quienes son los más vulnerables a los efectos secundarios de estas sustancias.
Es importante cuestionar el sistema y no aceptar un diagnóstico simplemente porque está de moda o porque la industria médica lo promueve. La salud mental es un tema serio que no debería ser dictado por intereses comerciales ni por tendencias de redes sociales. Antes de aceptar cualquier etiqueta, lo más responsable es informarse y buscar múltiples opiniones profesionales.